Paisajes después de la batalla: lugares de memoria en Región

(Gregorio Vázquez Justel, Arquitecto Urbanista, PLANZ Planeamiento Urbanístico SLP.)

“Es cierto, el viajero que saliendo de Región pretende llegar a
su sierra siguiendo el antiguo camino real –porque el moderno
dejó de serlo– se ve obligado a atravesar un pequeño y
olvidado desierto que parece interminable”.

Los paisajes culturales, acuñación consolidada para una categoría de bienes patrimoniales, remiten en su definición esencial a la acción de un grupo social sobre un paisaje natural generando un resultado evolucionado, huella o fruto de la cultura.
La densidad de procesos y estratificación de actividades, usos y transformaciones que han sufrido los espacios, urbanos y rurales, resulta particularmente elevada en territorio europeo, dónde los movimientos de pueblos y culturas, arrojan una fuerte antropización que ha ido configurando un pródigo mosaico de paisajes. Un territorio reconstruido y reconfigurado sobre sí mismo, cuya arqueología y memoria suponen fuentes inagotables para comprender con mayor riqueza de datos y matices, nuestra Historia e historias, nuestras Memorias como europeos.
Dentro del amplio conjunto de componentes de la Historia están los relatos, narraciones y construcciones del imaginario colectivo de las sociedades o grupos, que como documento reelaborado, nos transmiten fragmentos –“fotogramas”- de circunstanciales acuñaciones de memoria colectiva, testimonios o ficciones que suponen valiosos pecios de nuestra identidad cultural, siempre en permanente evolución.
La memoria creadora -la memoria que cree antes de que el conocimiento recuerde, es la que sedimenta los relatos, operando de lo individual a lo colectivo. Memoria entendida como algo siempre social y que se desarrolla en un marco espacial, como nos recordaba Maurice Halbwachs en sus trabajos sobre la memoria colectiva. “…la mayoría de los grupos, no sólo los que resultan de la yuxtaposición permanente de sus miembros, dentro de los límites de una ciudad, una casa o un apartamento, sino también muchos otros, dibuja en cierto modo su forma sobre el suelo y encuentran sus recuerdos colectivos en el marco espacial así definido […] Por lo tanto, no es totalmente cierto que para recordar haya que transportarse con el pensamiento fuera del espacio, ya que, al contrario, es sólo la imagen del espacio la que, por su estabilidad, nos ofrece la ilusión de no cambiar en absoluto a lo largo del tiempo y encontrar el pasado en el presente; pero así es como podemos definir la memoria, y el espacio es el único que resulta lo suficientemente estable para poder durar sin envejecer ni perder ninguna de sus partes”.
Una construcción dinámicamente reconfigurada y siempre cambiante frente a los distintos paradigmas, de reconstrucción y representación, que dirigen la Historia, como apostilla P. Nora en sus “Lieux de memoire”.
Doble dirección de lo particular y lo local a lo universal, que nos propone el Arte, y la literatura en concreto, con su gran potencia para fraguar identidades –a través de procesos filiatorios, resignificaciones, alumbramientos, proyecciones- y para trasmitirlas, desde sus ficciones.
La memoria de la guerra civil española, inagotable tema de interés e investigación para estudiosos, historiadores y artistas, late en cientos de narraciones y en la obra de tantos escritores, particularmente novelistas de las últimas décadas, pero cobra entidad de personaje en muy escasos autores, más allá del memorialismo y diarios de “guerra” –reconocidos ejemplos de Barea, Chaves Nogales, Gaziel, Azaña, Pla…-,. Entre las excepciones que han tratado la memoria histórica de la Guerra Civil inserta en un paisaje propio e inmanente, sobresale la obra del escritor Juan Benet, constructor del territorio mítico de Región.

La Región- Mundo de un Ingeniero ilustrado


Volverás a Región, Un viaje de Invierno, Una meditación, Una tumba, La otra casa de Mazón, El aire de un crimen, En el Estado, Saúl ante Samuel, En la Penumbra, Herrumbrosas Lanzas, En Región. Cuentos completos I, suponen piezas novelísticas o relatos con autonomía literaria pero engarzadas por resonancias de la geografía de Región. Sus lugares, misterios, sagas y tenebrosas penumbras son, en definitiva, filiaciones que compendia su paisaje, constructo cultural e históricamente evolucionado que integra objeto y sujeto de mirada, intérpretes e interpretación.
Región, como soporte y foco, dramatis personae y geografía veraz de su universo novelístico. Un auténtico paisaje cultural, revalorizado desde la lectura actual6, que además se enriquece con los atributos y referencias cómplices a espacios concretos y reales, geografías leonesas que también forman parte de la biografía del autor –vivencial, profesional- y cuya “emergencia” ficcionada cristaliza en topos de gran fuerza narrativa y por su reconocibilidad, en memorial, aún misterioso e inaprensible, como paisaje forajido, que atinadamente adjetivó otro maestro literato.
La contribución a la recreación y fraguado de la memoria histórica, sobre un conjunto de relatos y ficciones de alta calidad artística y expresiva, aportación a los imaginarios del mundo rural impregnados aún con los ecos de la historia –violencias, injusticias…-, particularmente de la más reciente y dramática convulsión, la Guerra Civil y sus corolarios, alcanza en Benet y en particular en las sagas “regionatas” un complejo de efectos y logros sobresalientes.
La afición a la cartografía –los mapas físicos-, a la historia militar y las estrategias de batalla –las operaciones, ofensivas y ataques contadas con deleitación en Saúl ante Samuel o en Herrumbrosas Lanzas-, encuentran fértil campo de operaciones narrativo, mezclando descripción y ficción, en el paisaje de Región. Un territorio imaginario, sin pretensión simbólica como alguna crítica adjudicó para gran malestar de su creador, una región inventada pero no totalmente imaginaria.

Guerras civiles y batallas del agua


Vegamián, el Porma, el valle de Pardomino, (en el valle de Vegamián hay un poder de congelar las cosas, las personas), la guerra civil (de tal poder narrativo que sirve para cualquier lugar), topos y momentos, son ingredientes fundamentales del universo creador de Benet – y fundacionales en el caso de las obras que se inscriben en Región-, vinculados tanto a su experiencia y conocimiento directos, confesado mecanismo de indagación del Genius loci o espíritu del lugar, como a sus extensos intereses –aficiones- intelectuales, por la Historia y la Geografía. Paradójicamente unidos a los procesos de construcción están aquí los de destrucción, dilema pasado/futuro o progreso/memoria, agudizado en los procesos “dolorosos” e inevitablemente controvertidos con la destrucción de pueblos y asentamientos tradicionales por las obras de embalses como ejemplifica el valle de Vegamián.

Del regeneracionismo –Plan Gasset de 1902-, pasando por la Dictadura de Primo de Rivera y la II República, hasta los planes de colonización y la política hidráulica del franquismo -que consolida especialmente el imaginario colectivo sobre los embalses y los planes de regadío en España-, los planes hidrológicas y la política del agua han sido teórico objetivo y preocupación nacional secular.
Los planes y proyectos hidráulicos, condicionados con los particulares problemas de un país climática e hidrológicamente muy heterogéneo en sus cuencas y variados territorios, la escasa y tardía modernización agraria y sus históricas desigualdades sociales relacionadas, han sido objeto durante todo el siglo pasado de grandes polémicas, debates y manifiesta instrumentación política e ideológica.
Una reciente exposición titulada Región (los Relatos). Cambio del paisaje y las políticas del agua, ha construido un interesante discurso, confrontando los relatos, controversias y narraciones sobre las historias que hacen la Historia, y los dilemas de estos procesos, a partir de un complejo mosaico de materiales, documentos, vestigios, informaciones, expresiones populares y producciones artísticas –cine, literatura …-, sobre los casos confrontados de los embalses leoneses del Porma y de Riaño.
La presa del Porma hoy denominada Juan Benet, pieza del embalse situado en la montaña leonesa, promovida por la Confederación Hidrográfica del Duero y en cuya construcción participó el mismo Benet como responsable de las obras por la contrata privada, supone gérmen, árbol y fruto en la historia del paisaje imaginario de Región. El paisaje como objeto y sujeto político de nuestras acciones humanas, cobra singular protagonismo en este tipo de grandes obras de infraestructura, cuya magnitud física e impacto social –anegan valles, trasladan pueblos y poblaciones, extinguen modos de vida ancestrales y generan nuevas formas de colonización territorial, crean pantanos, canales, presas, centrales…-, genera efectos de largo alcance ambiental, económico y cultural.
El agua y el paisaje que en Benet no solo aparecen sustantivos en su obra de ficción, sino que en su faceta de ensayista y técnico comprometido, emergen con convicción en múltiples escritos, ponencias, informes y artículos, tanto profesionales como divulgativos, como defensa y alegato permanente a favor de la modernización y planificación hidrológica. La claridad de sus razonamientos técnicos, capacidad argumentativa, profundidad cultural, aguda ironía y brillantez discursiva, elevan esta faceta del profesional y ciudadano implicado socialmente a una categoría de valor propio también inusual.
Así por sus trabajos e implicaciones profesionales como ingeniero de presas y notables obras hidráulicas, entre ellas las referidas en la montaña leonesa, se vió compelido a manifestarse en numerosas ocasiones y participar en polémicas suscitadas por planes, obras y proyectos como el tan controvertido embalse de Riaño.


Forma y estilo construyendo un paisaje cultural


La original y cuidada utilización del paisaje, la comprensión tan precisa como multifacética, que incluye paisajes morales e históricos, retales de otros imaginarios y leyendas, teatros de un pasado y un presente –en el relato, la acción, lo bélico, lo emocional-, se coagulan en el texto narrativo solidificando formas y contenidos, estilo. De ahí, de ese intenso entramado y aglutinante, la pertinencia de la explicación metaforizante pero integradora del dispositivo conceptual del paisaje, y específicamente de la acuñación de paisaje cultural –volvamos al paisaje cultural como texto, escritura y lectura de la acción humana constructora de un territorio-, acertadamente aplicable a la Región de Benet.
La singular fuerza de la creación benetiana estriba, a nuestro entender, en la sabia combinación de varios factores, y en el ingenio y valor para construir con esos ingredientes un mundo o territorio propio.

  • El paisaje, su conocimiento profundo y minuciosa descripción vinculada a un uso del lenguaje tan decantado como exigente, técnico y culto, es uno de ellos. La geología, el relieve, la vegetación y el clima, la estructura de territorio, asentamientos, caminos e infraestructuras, la perspectiva “panorámica” de los núcleos y asentamientos urbanos, exceden en mucho lo habitual en nuestra narrativa. Con los precedentes o referencias declarados como Euclides da Cunha, Conrad o Faulkner.
  • El medio rural contado como la compleja articulación geográfica y social del marco y el paisanaje, sus usos, economías e idiosincrasias, la sensación de aislamiento espacial y suspensión temporal, sin mínima concesión al costumbrismo, el social-realismo o guiños coloristas –folclóricos-. El etnógrafo filtrado por el ingeniero, conocer para actuar.
  • El contrapunto entre la recreación morosa y detallista de los lugares, la descripción fisiográfica y ambiental, la abundancia en la memoria con sus diversos saltos temporales, una sensación de fatalidad y la complejidad –sin obviar desmesuras- de personajes y situaciones. Tiempo y espacio intensificados como trama, con la precisión y verosimilitud que introducen las escenas de acción, un conocimiento documentado de los movimientos y “hazañas bélicas”, generando una elevada carga de veracidad, potencial de tensiones alimentadas por los factores antedichos, articulados con la fuerte trabazón estilística.
  • El estilo. Junto a la inspiración en uno de sus mejores ensayos, manera cualitativa de conocer, clave de la obra y exigencia compositiva del autor, cuyas ambiciones formales y estructurales, particularmente la compleja sintaxis, las digresiones y preciosismo, se han convertido, reto y barrera, en seña arquitectónica. Con la rica virtualidad de referencias literarias que emite –Faulkner a la cabeza-, en perspectiva de conjunto –corpus variopinto e inacabado como la magna Herrumbrosas Lanzas-, la obra las trasciende, para devenir en caso límite del panorama literario español.

El triunfo del lenguaje sobre la geografía –Octavio Paz dixit-, o su matrimonio consolidado, antropizando el espacio en sus descripciones, metaforizando la geografía, la geología y la realidad, para revivirlas como personaje, la obra y creación imaginaria de Región, es lugar de memoria que puede considerarse legítimamente un paisaje cultural.

Atraviesa la muerte con Herrumbrosas lanzas


Herrumbrosas lanzas, Región, Macerta, Socéanos, Mantua, Puente de Doña Cautiva, El Salvador, el Torce, el Formigoso, Bocentellas, Ferrellán, el Monje, lugares, accidentes geográficos y escenarios de dramas, acciones y batallas, tan reconocibles como vigentes, síntesis inconclusa y brillante de una serie de obras que contienen poderosos destilados de memoria histórica. Una memoria, aquella que “cree” y construye, tan local en su adscripción –movilizada o reinventada por el imaginario en cuanto ficción-, como universal en su rica, insondable y emocionante humanidad como discursos artísticos. Obras sobre la Memoria, historias que viven en la nuestra, paisajes que reconocemos nuestra cultura, gracias a la fuerza y talento de un ilustrado Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, gran escritor que proyectó y construyó REGIÓN.

Publicado en la revista AR&PA 2018

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